forjados por el cosmosy moldeados por el hombre
Registros meteorológicos y astronómicos de José Celestino Mutis y Francisco José de Caldas: 1772-1802
Por: EDWARD ALEXANDER VELASCO NASTAR, JUAN DAVID VARGAS FRANCO, JOSEPH ALEJANDRO NIÑO HERRERA
Miembros de Cúmulo UN


Introducción
Todos hemos oído hablar de los meteoritos que caen sobre la Tierra, fantásticas bolas de fuego, esferas incandescentes surcando el cielo a gran velocidad y con gran brillo, fugaces como un instante, vivaces en el firmamento, iluminando los ojos de espectadores asombrados por tal espectáculo. Pero no hay que confundir estos objetos con asteroides o cometas, los meteoritos son mucho más modestos en tamaño y no tienen imponentes estelas de colores. Momentos antes de caer en la Tierra, estas rocas espaciales forman grandes espectáculos: estrellas fugaces, rocas quemándose en la atmósfera, la mayoría más pequeñas que un grano de arena. Estas pequeñas partículas espaciales revelan su composición al desintegrarse y resplandecer en colores: blanco azulado para el magnesio, amarillo para el sodio, azul para el cobre, naranja para el calcio, rojo para el estroncio, o verde para el bario. Estos objetos alienígenas que se presentan frente a nuestra incrédula mirada han sobresaltado e intrigado a hombres y mujeres de todo el planeta a lo largo de la historia, razón por la cual se ha logrado recopilar mucha información acerca de ellos, así como relatos sobre su asombroso recorrido, empujando nuestra curiosidad a otro nivel, impulsándonos a ir en su búsqueda. De vez en cuando, cae uno lo suficientemente grande como para no ser vaporizado por la atmósfera y que llega a la superficie con una historia escrita en sí mismo, trayendo crónicas de mundos pacíficos, colisiones en algún cuerpo rocoso cercano o incluso noticias de la aniquilación total de otro mundo. Sin embargo, para algunos de estos meteoritos sólo es el comienzo, pues algunos marcarán hitos en la historia humana. Mientras tanto, en el frío espacio interestelar habitado por aquellas rocas estamos los seres humanos tratando de comprender lo desconocido, anhelando explorarlo y embarcándonos en aventuras épicas para encontrar en estos verdaderos ángeles caídos una fuente de materiales místicos. Tan valiosos tesoros deben tener un fin noble, por lo que acudiendo al talento de artesanos de todas las épocas se han forjado distintas armas con variedad de propósitos: ceremonias, combate, estatus, o simplemente para el desborde de genialidad de quien las hizo. Alcanzar las estrellas siempre ha sido nuestro deseo, pero con estos regalos del cielo podemos moldearlas a placer y sostenerlas en nuestras manos.



Gigantes que nacen del polvo

Como el fénix que renace de las cenizas nuestro universo se encuentra en un interminable ciclo de creación y destrucción, cuando las estrellas mueren dejan atrás inmensas nubes de gas llamadas nebulosas las cuales abarcan decenas o hasta cientos de años luz. Se cree que la antecesora del sistema solar dio origen a unas dos mil estrellas y que la nebulosa protosolar responsable del origen de todo cuanto yace al interior de la nube de Oort (sin excluirla) debió formar parte de esta, lo cual explicaría su pequeño tamaño y la contaminación con otros materiales provenientes de residuos de estrellas cercanas y masivas de vida corta. Nuestra porción de la nebulosa era de “segunda generación” ya que aparte de los elementos primigenios, hidrógeno y helio, también contenía oxígeno (el tercero más abundante del universo), carbono, neón, hierro, nitrógeno, silicio, magnesio y azufre, originados en estrellas masivas y esparcidos por el universo debido a vientos o explosiones estelares. La nube estaba tranquila y en equilibrio hasta que hace aproximadamente 4600 millones de años fue desestabilizada posiblemente por la explosión de una supernova cercana, cuyos vientos la aplastaron aumentando su densidad lo suficiente como para que perdiera el equilibrio a favor de la gravedad. Esto iniciaría su rotación y una lenta contracción, que aumentaría su velocidad cuál bailarina sobre hielo cerrando sus brazos. La danza cósmica habría dado inicio, el Sol naciente se erigiría en el centro del disco protoplanetario. En su parte central se acumularían los metales más densos, aunque aún con mucho gas en las partes más alejadas, proceso que culminaría cuando las velocidades de las partículas del disco equilibraran la atracción central. Los meteoritos más antiguos son vestigios de estos procesos, primero aparecieron aglomeraciones de granos de polvo; en algunas regiones de la nebulosa protosolar esas masas fueron sometidas a altas temperaturas (aunque durante periodos cortos) que provocaron su fusión y la formación de gotitas de metal y silicatos que se enfriaron rápidamente generando esférulas de roca conocidas como cóndrulos. Los meteoritos que los contienen se denominan condritas, en las que predominan los minerales olivino y piroxeno o sus productos de alteración. En otros lugares, la temperatura de la nebulosa fue tan alta que se evaporaron los materiales más volátiles del polvo, al contrario de otros en donde fue tan baja que permitió que pudieran condensarse directamente a partir del gas de la nebulosa. Con el tiempo, los cóndrulos, los residuos producidos por evaporación y los materiales condensados se fueron uniendo para formar sedimentos nebulares y finalmente grandes cuerpos o planetésimos con diámetros de hasta decenas de kilómetros. En algunos casos se llegaron a producir planetas de tamaño suficiente como para alcanzar altas temperaturas en su interior; los más grandes retendrían más eficazmente el calor producido, otros llegaron a ser tan calientes que los componentes primitivos consiguieron fundirse totalmente, los meteoritos que sufrieron este suceso se llaman “acondritas” debido a su carencia de cóndrulos. En los planetésimos de mayor tamaño que se encuentran total o parcialmente fundidos, el campo gravitatorio provocó la separación de los materiales más pesados del magma silíceo dando lugar a los meteoritos metálicos, cuerpos con un interior rico en hierro y cubiertos de silicatos, análogos al núcleo terrestre puesto que debieron haberse originado de la misma manera. Otro tipo de meteoritos son los palasitos, mezclas de metal con alto contenido en hierro y cristales silicatos, probablemente representan regiones en las que los magmas que dieron lugar a los meteoritos acondríticos y metálicos se encontraban mezclados, posiblemente en la frontera entre el núcleo y el manto de los planetésimos. Los diferentes meteoritos descritos proceden de asteroides que a su vez pueden ser restos de los materiales a partir de los que se formaron los planetésimos, fragmentos de las colisiones de ellos entre sí o incluso vestigios de los cometas que suelen atravesar el Sistema Solar. Un tipo de meteoritos bastante especiales son los que provienen de impactos en la superficie de la Luna, de los cuales hasta la fecha se han encontrado doce, o en la de Marte, donde probablemente se originaron los meteoritos Shergotty, Nakhla y Chassigny. A pesar de que las posibilidades para que estos objetos tan peculiares logren arribar a su añorado destino luego de entrar a la atmósfera (es decir la superficie terrestre) son notablemente reducidas, se estima que aproximadamente diecisiete meteoritos del tamaño de una pelota de fútbol o mayor tamaño impactan la Tierra diariamente y hasta diecisiete mil al año, lo que indica que el verdadero desafío es avistarlos y documentarlos. Sin embargo, existen múltiples registros de meteoritos que cumplieron a cabalidad con su cometido y que además han amasado una popularidad y fama dignos de su travesía, gracias a la naturaleza misteriosa de su origen y contemporáneamente a los medios de comunicación que han propagado su leyenda, inspirando así a dos posturas que son tan contradictorias hoy en día. Por una parte, la perspicaz y objetiva ciencia, que se vale de los datos y evidencias que puedan brindarnos para comprender nuestros propios orígenes; y por otra parte a la subjetiva e idealista mitología, en cuyos pergaminos se han plasmado magníficos relatos entorno a ellos, siendo uno de los más populares el del rey Arturo y la espada en la piedra, según el cuál en algunas de sus diversas versiones, el arma en cuestión, “Excalibur”, estaría fabricada con el metal de uno de estos mensajeros del cielo. Un ejemplo de aquellos que a día de hoy gozan de gran reputación es el meteorito Gibeon, un gigantesco cuerpo metálico forjado en el crisol del sistema solar hace aproximadamente 4500 millones de años y que, pesando unas veintiséis toneladas, aterrizó en épocas prehistóricas en Namibia, al sureste del continente africano. Ha sido estudiado desde 1836 cuando fue descubierto, y fue declarado monumento nacional en el año 1955 por el país que lo acogió antes de que siquiera existiesen humanos para definir las fronteras de las naciones.



¿Cómo moldear una estrella fugaz?

El meteorito Gibeon, desde su revelación al mundo humano hace casi 200 años ha ostentado una gran relevancia debido a que más de un artefacto ha podido ser construido a partir de la domesticación de los contados fragmentos que han podido ser extraídos de aquella dantesca bestia dormida, sumando así aproximadamente veinticinco kilogramos repartidos en dieciocho piezas distintas. Se tiene conocimiento que la tribu “Nama”, perteneciente a la misma región en la que hizo su estrepitosa entrada, lleva siglos creando herramientas con trozos de éste, y así mismo, es posible dar con otros artefactos fabricados a partir de su antiguo metal, entre los cuales se encuentran: ● La Katana Samurai “Tentetsutou” o “espada del cielo”, un arma tradicional japonesa fabricada por el maestro herrero Yoshindo Yoshiwara, la cual se encuentra expuesta en la capital del país del sol naciente, Tokio, puntualmente en el Instituto de Tecnología Chiba. Junto a ella reposa dócilmente un fragmento del meteorito que le dió vida y debajo una modesta inscripción que relata brevemente su historia. ● The Big Bang Pistol, una pistola semiautomática de calibre .45 ACP que replica el mítico modelo M1911, desarrollada por la empresa Cabot. Destaca por su color gris azabachado y las marcas tanto en su empuñadura como en su cañón, mismas que evidencian su autenticidad. Estas características son las que le atribuyen el prestigio y el valor que ostenta actualmente, el cuál se especula ronda entre los quinientos mil y un millón de dólares, una cantidad exorbitante pero comprensible dada su naturaleza. Pese a parecer artilugios de ciencia ficción, que en ocasiones yacen sólamente en la imaginación como producto de nuestros más profundos y creativos pensamientos, en el mundo y a lo largo del cauce del río que serpentea nuestra historia han existido otras incontables piezas fabricadas con los restos de tan extravagantes y primitivos objetos, artefactos que no solo corresponden al mundo de la violencia y el arte de la guerra, sino que sirven como muestras del narcisista e intrínseco gusto humano por las excentricidades de la belleza, encomendadas a las habilidades de artistas de lo manual de todas las épocas y culturas que alguna vez hayan transitado este accidentado páramo azúl. Entre los más destacados podemos encontrar: ● La espada de Bolívar es una que fue fabricada con un fragmento del meteorito de Santa Rosa de Viterbo, que descendió sobre Boyacá el 20 de abril de 1810 y fue ofrecida al libertador con la dedicatoria de Jean-Baptiste Boussingault: “Esta espada ha sido hecha con hierro caído del cielo para defensa de la libertad”. No debe confundirse con la que se encuentra exhibida en el Palacio de Nariño, pues el paradero del arma a la que aquí hacemos referencia es desconocido actualmente. ● La estatua del hombre de hierro, es una interesante escultura cuya historia de hallazgo podría parecer incluso sacada de la mente de alguno de los grandes literatos especialistas en la aventura, pues involucra una expedición que bien podría parecer anticlimática o apócrifa para su contexto, no obstante, es un hecho bien documentado que el científico ● Una punta de flecha es una de las reliquias del Museo de Historia de la ciudad de Berna, en Suiza, la cual data de la Edad de Bronce y fue forjada con un material que hasta 2021 se determinó son fragmentos de un meteorito que para sorpresa de los científicos, proviene de otro que habría caído sobre la actual Estonia en el 1500 A.C. Figura 5 El hombre de hierro https://www.espaciomisterio.com/civilizaciones-perdidas/el-enigma-del-hombre-de-hierro_34292 perteneciente al regimen Nazi, en una campaña nada más y nada menos que Ernst Schafer (alemán) al Tíbet con fines de investigación antropológica y cultural encontró al ídolo pre-budista de diez kilogramos de peso y veinticuatro centímetros de altura en 1938. Data del año 1000 D.C. y fue presuntamente esculpido a partir del meteorito “Chinga” que cayó entre Siberia y Mongolia hace 15000 años Remontándonos un poco más atrás en la historia y fisgoneando entre los secretos mejor guardados de la cultura que erigió una de las maravillas del mundo más imponentes que existen, las pirámides de Egipto. La civilización egipcia fue una sociedad vanguardista tecnológica y culturalmente, quienes con cada hallazgo arqueológico que se realiza rompen y amplían nuestra concepción del mundo antiguo. Por ejemplo, el hecho de que en los textos egipcios se empiecen a referir al hierro de origen meteórico con la palabra “Bia-n-pt” (literalmente “hierro del cielo”) a partir del año 1295 A.C. sugiere que algunas caídas fueron presenciadas por seres humanos. La daga sagrada del Faraón Tutankamón, que reinó en la Edad de Bronce, fue encontrada entre los vendajes de su momia cuando en 1922 se allanó y exploró su tumba, recolectando objetos de todo tipo dentro de los que estaba este artefacto, en cuyo filo de hierro se esconden esquivos e innumerables misterios. Por la época de la que data sabemos que no existían las técnicas para trabajar el hierro, ya que a pesar de ser de los elementos más abundantes de la corteza terrestre por lo general se encuentra dentro de otros minerales en forma de óxido de hierro. Separar el oxígeno de la molécula es en extremo difícil dado que requiere el uso de temperaturas muy superiores a las que los humanos podían alcanzar en aquel tiempo, por lo que la única fuente de hierro era obtenida de manera accidental como resultado de la producción de cobre, aunque este era de muy baja calidad, tanto que su principal uso era ornamental. El hierro producido a partir de rocas terrestres antes del siglo XIX tiene una concentración máxima de níquel de 4%, mientras que la concentración en la hoja de la daga es de 11%, lo cual encaja con el rango de 5% a 35% que poseen los meteoritos metálicos, además del contenido de otros elementos en proporciones propias de estos meteoritos. Se produjo un análisis de la distribución del níquel en la superficie de la daga disparando rayos X no destructivos a la hoja, revelando que el metal fue calentado entre ochocientos y novecientos cincuenta grados celsius, lo cual se comprobó por la existencia de las llamadas “estructuras de Widmanstatten”, las cuales aparecen en el níquel presente en el hierro metálico cuando se alcanzan estas temperaturas pero desaparecen al superar los mil grados celsius. Independientemente del arma descrita, se han podido extraer de las fauces de la discreta Tierra objetos aún más antiguos a los que eran encomendados propósitos similares, por ejemplo, en las inmediaciones de la actual Turquía, específicamente en Alaca Höyük, se identificó un cuchillo ceremonial fabricado un milenio antes que el de Tutankamón y que también estuvo destinado a vigilar la tumba de quien fuese su dueño en vida. Sin embargo, existe un último objeto incluso más importante y misterioso que estos dos últimos. Si bien suena contraintuitivo, no es difícil imaginar que seres humanos aún más arcaicos hubieran sido capaces de moldear los regalos del cosmos que besaron la superficie de nuestro hogar en tiempos exorbitantemente primitivos. Más aún es de sorprendernos el hecho de que hace más de 5000 años aquellos individuos hayan conseguido dominar el material que el firmamento les ofrecía, pues próximo a la aldea de “el-Gerzeh”, al norte de Egipto, los arqueólogos se toparon con un exquisito collar ceremonial que además de estar adornado con piedras preciosas como se esperaría, posee nueve cuentas cuidadosamente moldeadas en forma de tubos y hechas de metal meteórico en el 3200 A.C, lo que las convierte en los objetos de hierro más antiguos de los que se tiene registro. La trascendencia que recae en este descubrimiento es el hecho de que la maestría con que fueron elaboradas indica una habilidad bien fundamentada en el manejo de este material, circunstancia que entra en conflicto por el anacronismo que supone, ya que la edad en la que este material comenzó a ser extraído artificialmente y utilizado en la creación de armas y accesorios se sitúa varios siglos más tarde.



Un cosmos al que volveré

Pero, ¿para qué concebir auténticas maravillas de estos luceros errantes? Para hacer lo que nadie nunca ha hecho y hacerlo mejor que nadie nunca, reinventar nuestra realidad, conquistar lo bello y lo desconocido es todo lo que deseamos, las estrellas que caen no tienen dirección, sin embargo, nacimos para volver a ellas, a pesar de estar tan lejos de nuestro alcance golpeamos el hierro que dejaron atrás y le transmitimos nuestra humanidad, el odio, la muerte, la ambición, la imaginación y el deseo de superar nuestros propios límites, trascender, entregar nuestro ser a los demás, al universo, aunque no valga la pena, pues es nuestra encarnación la que estamos arrojando a la tierra para que su esencia fluya como río en calma y de ella beban quienes tengan sed, así como el universo nos da de beber su sabiduría cuando permite que lo observemos, trayendo un poco de su conciencia ancestral a las mentes curiosas y despiertas, estando abierto a enseñar a quien tenga la voluntad de aprender. Como prueba de ello, un día nos envió una estrella fugaz, brindándonos la oportunidad de moldear su creación, pues es moldearnos a nosotros mismos, puliendo las imperfecciones de un trozo de hierro pulimos las nuestras un centímetro a la vez, llevamos a la perfección un fragmento metálico para acercarnos nosotros mismos a ella. Estamos atrapados en ese ciclo interminable de creación y destrucción así que ¿por qué no dejarse llevar y forjar una espada de meteorito?



Conclusión

Como se puede ver, al considerar la vida y obra de Mutis, Caldas y Humboldt en el Nuevo Reino de Granada en el periodo 1760-1805, la astronomía y la meteorología no se iniciaron en nuestro territorio en 1803 en el Observatorio astronómico que es motivo de esta efeméride dos siglos y dos décadas después de haber sido construido. Lo que se hizo después en su interior, mirando o no al exterior, será materia de las ponencias semanales en estos dos meses, y la aproximación a lo que he calificado de la “prehistoria” de la astronomía y la meteorología en este mismo lugar podrá ser revisada por otros autores, con base en las fuentes presentadas.











REFERENCIAS

● La espada espacial / Historias del cosmos
● El pasado común de los meteoritos de Boyacá
● La misteriosa daga extraterrestre de Tutankamón.
● Los egipcios aprendieron a trabajar el hierro procedente de los meteoritos
● La estatua antigua que encontraron los nazis y estaba esculpida en un
meteorito - BBC News Mundo ● The Big Bang pistol, el arma de fuego hecha con un meteorito | Explora | Univision
● El misterioso origen extraterrestre de una flecha de la Edad del Bronce (nationalgeographic.com.es)
● La daga extraterrestre de Tutankamón
● Armas "extraterrestres": espadas y pistolas hechas con meteoritos
● Meteoritical Bulletin: Entry for Gibeon
● Origen de los Meteoritos
● 11.1 Formación del Sistema Solar - Curso General de Astronomía



























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